Creador de un icono global con El Principito (como se pudo comprobar en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos en París, donde se vio al joven príncipe acompañado por su amigo el zorro), Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) fue, además de aristócrata francés, escritor, aviador y representante de una empresa aérea internacional en la Argentina, cronista y héroe de guerra en la Segunda Guerra Mundial.
Hoy se conmemoran ochenta años de su desaparición a bordo de un Lightning P-38 durante una misión de reconocimiento de una base aérea en Córcega, de la que jamás volvió y que su conmovedor relato de 1930, Vuelo nocturno, acaso había prefigurado. El autor tenía 44 años. Su cuerpo sin vida fue hallado varios días después al este del archipiélago Frioul, al sur de Marsella.
A lo largo de los quince meses que residió en la Argentina, entre 1929 y 1931, además de trabajar para la empresa Aeroposta, filial de la Générale Aéropostale de Francia, Saint-Exupéry conoció a quien sería su esposa, la escritora, artista, millonaria y joven viuda salvadoreña Consuelo Suncín de Sandoval, para algunos intérpretes de El Principito, la “rosa” especial del jardín de rosas del seductor escritor francés. También recibió las insignias de Caballero de la Legión de Honor y publicó Vuelo nocturno, donde se relata el viaje fatal de un piloto francés por la Patagonia.
A finales de 1929, Saint-Exupéry tuvo que aterrizar de emergencia en las afueras de Concordia, en Entre Ríos. El aviador y escritor fue rescatado por dos niñas, Suzanne y Edna Fuchs, de la familia Fuchs-Valon, y trasladado al palacio San Carlos. Este encuentro imprevisto fue abordado por Nicolás Herzog y Lina Vargas en Las Principitas. La historia de las argentinas que inspiraron El Principito, de 2019, y en el documental Oasis. Saint-Exupéry en Concordia, de Danilo Lavigne, que se puede ver en YouTube.
“La relación entre ‘Saintex’ y Victoria Ocampo no pasó de un almuerzo en Villa Ocampo, pero no fructificó en un vínculo posterior ni él fue colaborador de Sur -dice el editor Juan Javier Negri, de la Fundación Sur, a este diario-. Esto fue corroborado por María Rosa Lojo que ha estudiado estas relaciones a fondo. Pero podría agregar que el ingeniero y aviador Vicente Almandos Almonacid, el único argentino cuyo nombre figura inscripto en el Arco de Triunfo en París y que fue cofundador de Aeroposta Argentina, lo llevó a las reuniones del Rotary Club de Buenos Aires que ese entonces se hacían en el piso catorce de la Galería Güemes, donde también vivía Saint-Éxupery”.
“Quienes hayan leído El Principito sin conocer la vida de Saint-Exupéry no se sorprenderán al descubrir que el autor fue un consabido aviador -dice a LA NACION Francisco Aiello, docente e investigador del Conicet-. El accidente aéreo que abre el argumento permite enlazar este texto mundialmente conocido con el resto de la obra del autor, en especial con Vuelo nocturno, que además elabora otro núcleo de su trayectoria vital: la relación de Saint-Exupéry con la Argentina, donde conoció a quien sería su esposa y en el que trabajó para una empresa postal francesa como responsable del desarrollo de una red que llegara hasta la Patagonia”.
“Si bien no se trata de un texto autobiográfico, Vuelo nocturno aprovecha la experiencia aportada por los años de trabajo en el país -prosigue Aiello-. El traslado del correo desde Comodoro Rivadavia pone en peligro al aviador de apellido Fabien por las condiciones adversas que agrava la nocturnidad en una época incipiente de la aviación comercial. Desde Buenos Aires, su jefe Rivière se esmera en aportar calma a Madame Fabien, mientras despliega una red para restablecer contacto con Trelew o Bahía Blanca; todos intentos en vano, lo que, sin embargo, no socava la apuesta por los vuelos nocturnos”. Los personajes del estremecedor relato, que entrecruza pensamientos con emisiones de radio, están separados por millares de kilómetros de distancia.
“Un aspecto poco visibilizado de Saint-Exupéry, quizá por cierta romantización de su figura como autor de El Principito, es que antes que escritor era aviador, con todo lo que esto significaba en aquel contexto: abrir rutas aéreas, realizar hazañas, correr grandes riesgos y morir como héroe de guerra, pero también observar críticamente el rumbo de la humanidad”, dice a LA NACION la traductora, investigadora y profesora Gabriela Villalba.
“Si se toma distancia de sus textos y se los mira como un mapa, se puede ver en todos ellos una preocupación común por los fascismos imperantes en Europa -destaca-. Desde Tierra de hombres, Vuelo nocturno o Carta a un rehén hasta sus crónicas como reportero en la guerra civil española, reunidas en España ensangrentada, pasando por el propio El Principito, se configura un humanismo férreo, basado en una confianza en la solidaridad, en una ética, no una moral, de la responsabilidad personal hacia el otro: ‘Cada uno es responsable por todos’, se lee en Piloto de guerra. Es lo que hace a la universalidad de su obra y lo vuelve de una potente actualidad”. Villalba tradujo en 2014 El Principito para la editorial Estrada y en 2018 editó este clásico en lenguaje inclusivo en su sello EThos, con traducción de Julia Bucci e ilustraciones de Malena Gagliesi.
El humanismo de Saint-Exupéry se reactualiza. “Ligados a nuestros hermanos por un propósito común y que nos sitúa fuera de nosotros mismos, solamente entonces respiramos y la experiencia nos demuestra que amar no es otra cosa que contemplarnos unos a otros, pero contemplarnos conjuntamente, en la misma dirección”, escribió en la antología de relatos y testimonios Tierra de los hombres, de 1939.
El escritor y empresario Alejandro Roemmers prosiguió con la historia del Principito en dos novelas juveniles: El regreso del Joven Príncipe y El Joven Príncipe señala el camino. “No tengo pruebas, pero tampoco dudas de que Saint-Exupéry ha sido y continúa siendo un gran referente para mi generación y las generaciones actuales -afirma Roemmers-. El Principito ha logrado llegar al corazón y la mente de millones de niños y familias enteras. La literatura de Saint-Exupéry siempre es una experiencia fresca, con una palabra que ilumina y desprovista de prejuicios, que se fija en los afectos más nobles y profundos, sin influencias de ideologías bélicas y voraces”.
Roemmers leyó El Principito cuando tenía diez años. “La historia me marcó durante un largo tiempo; estaba conmocionado y a la vez un poco triste, sentía la necesidad de que hubiese una continuación -dice-. Desde entonces creí que tenía que cambiar ese final, lograr algo más positivo. Pero no fue hasta mis cuarenta años, cuando pude comprobar que viviendo de acuerdo a esos valores es posible lograr una felicidad duradera, que estuve listo para enfrentar esa tarea. Quise rendir un homenaje al autor por la profundidad y la sabiduría con la que ha logrado transmitir nociones tan esenciales para la vida. Años después de la publicación de El regreso del Joven Príncipe, creí que la historia debía continuar y con El Joven Príncipe señala el camino procuré que los valores espirituales que distinguen al género humano, entre otros, la importancia de los vínculos como la amistad, la lealtad y el compañerismo sigan vigentes en una sociedad pasmada por la irrupción de la tecnología en todas sus formas, en especial la híper comunicación, las redes sociales y la inteligencia artificial”.
La traductora y profesora Cecilia Verdi sostiene que toda la obra de Saint-Exupéry se puede englobar en el título de una de sus primeras lecturas ilustradas de infancia: Histoires vécues (Historias vividas). “Claro que se trata de las experiencias de uno de los pioneros de la aviación de riesgo, conocido por haber sobrevolado el Sahara y haber emprendido los primeros vuelos transatlánticos -dice Verdi a LA NACION-. Más allá del claro guiño a la vida del autor, dado que en 1935 su avión cayó en el desierto de Libia cuando intentaba unir París y Saigón, tanto la trama como la simbología de El Principito dejan entrever un enfoque transnacional en el modo de hacer literatura”.
“Cabe preguntarse si fue una decisión estratégica del autor al servicio del mensaje universal que deseaba comunicar o una decisión a la vez estética, en la medida en que lo hizo desde la literatura, inscribiéndose en la tradición de la fábula y del cuento poético y filosófico, pero desmontando algunos clichés, como el hecho de presentar al zorro no como un animal astuto, sino como el portavoz de enseñanzas sobre la importancia de crear lazos”.
Verdi señala que la “perspectiva trasnacional” está inscripta en el origen del libro más popular del autor francés, donde convergen escenarios y elementos diversos. “Desde las circunstancias en las que fue escrito, en Nueva York, en el exilio y en pleno conflicto bélico mundial, hasta el hecho de ser publicado primero en inglés, en 1943, y después en francés -dice-. Recordemos que la edición francesa de Gallimard data de 1946, es decir que el autor no vio el libro publicado en su tierra natal. Pero ¿cuál era su tierra sino el planeta? En El Principito conviven los baobabs y el zorro del desierto africano, la serpiente que pudo ser la del desierto o alguna de las que rondaban sigilosas debajo de la mesa del salón del castillo San Carlos habitado por los Fuchs Valon. Si nos remitimos al relato de esta experiencia en el artículo ‘Princesses d’Argentine’ que Saint-Exupéry publicó en el periódico semanal Marianne el 14 de diciembre de 1932, las hijas de los Fuchs Valon, Edda y Suzanne, pudieron haber insuflado alguna dosis de alma femenina al personaje del Principito”. La primera publicación en español de El Principito se hizo en Buenos Aires, en la editorial Emecé, en 1951, con traducción del editor e historiador Bonifacio del Carril.