Todos (o casi todos) alguna vez hemos pasado horas de horas tratando de alinear sus seis caras de colores, muchos sin imaginar que el pequeño juguete tiene más de 43 trillones de combinaciones posibles. Convertido ya en un ícono de la cultura popular, el Cubo de Rubik cumple este mes 50 años de existencia, desde que fuera creado por un arquitecto en la Budapest de la cortina de hierro, en los días de la Guerra Fría.
Ernö Rubik, a quien le gusta decir que ‘descubrió’ el cubo, no que lo inventó, ha contado en sus memorias (Rubik: la increíble historia del cubo que cambió nuestra manera de aprender y jugar) que un buen día se sentó a pensar en un problema geométrico y en cómo ilustrarlo. “Entonces hice algo que se convertiría en el cubo”, escribe.
Ahí cuenta que la afición por descubrir cosas le vino de su padre, quien estaba obsesionado por crear el planeador perfecto y pasó años elaborando una serie de patentes. Ernö lo recuerda sumergido en sus planos, mientras él se divertía armando rompecabezas, seducido por esa mezcla de orden y caos que encierran estos juegos. El que más le fascinaba era el tangram conformado por un cuadrado dividido en siete partes (cinco triángulos de tamaños variados, un paralelogramo y un cuadrado), con el que podía crear figuras diferentes.
Ernö pasó los veranos de su infancia en un lago cerca de Budapest, ocupado en lo que él llama ‘matemáticas recreativas’. Reconoce que para ‘descubrir’ el cubo que lleva su nombre se inspiró en esos rompecabezas de piezas movibles, con patrones de colores, pero él construyó algo diferente: un cubo que podía rotar por un mecanismo interno sin desarmarse.
El objeto está formado por un eje central y 26 cubos movibles, cuyas caras pintadas de un color específico (blanco, naranja, verde, azul, rojo y amarillo) pueden cambiar de lugar. Así, Rubik construyó una pieza sólida y maleable, sencilla y compleja que abría posibilidades infinitas. Una vez que el cubo es puesto en movimiento, retornarlo a su posición original no es tarea fácil.
Rubik: no hay azar, hay ciencia
“No hay que ser un matemático para hacerlo, pero la cantidad de combinaciones posibles es tan gigantesca que llegar al punto de partida no es sencillo”, dice el ingeniero informático Johan Baldeón Medrano, quien es experto en programación y desarrollo de videojuegos.
Según él, para resolver este rompecabezas tridimensional se necesitan cuatro cualidades: “Primero, buena memoria para saber qué movimientos realizar; segundo, habilidades de geometría espacial para ubicar la posición adecuada y lo más importante ser esforzado y perseverante”.
Obviamente, el grado de dificultad dependerá de cuanto se hayan entreverado las piezas. Actualmente, existen múltiples manuales algorítmicos y tutoriales de YouTube para resolver el cubo, y los más populares son los métodos Fridrich y Petrus. “Ambos plantean una secuencia de 120 caminos distintos y te dan número promedio de 56 movimientos”, precisa el profesor Baldeón.
Así como los ajedrecistas profesionales son capaces de memorizar infinidad de partidas, los speedcubers (quienes se dedican a este reto) hacen lo mismo para retener los movimientos. Esto hace que el cubo sea usado también para educar la mente. Por eso, su práctica puede ayudar a personas con déficit de atención (TDA), espectro autismo (TEA) o desorientación espacial.
A medio siglo de su creación, en una era de videojuegos, el cubo de Rubik no pierde popularidad. Incluso cada cierto tiempo aparecen versiones más complicadas de poliedros con muchas más caras y piezas. Como dice su creador, aquí no hay nada dejado al azar, todo es ciencia. Y para resolver el cubo solo se necesita paciencia y curiosidad.
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El documental de Netflix Los speedcubers se interna en las vidas de los amigos Max Park y Feliks Zemdegs, dos de los más grandes campeones del cubo de RuBIKEl cubo es el juguete más vendido de la historia con más de 450 millones de copias y como objeto de arte forma parte de la colección del MoMA de Nueva York.