Son cerca de las 6 de la mañana y, pese a que todavía no amaneció, hace rato que Julián Silveira ya recorrió las filas en el pabellón azul del predio de la Sociedad Rural Argentina (SRA) para ver si cada uno de los ejemplares tienen su comida disponible y su cama en perfecto estado. Si bien conoce al dedillo el oficio, este hombre de 68 años quiere que en la 81a. Expo Angus de Otoño, organizada por la Asociación Argentina de Angus, nada falle.

Hace más de 40 años que Silveira presta el servicio de comida y viruta no solo para las exposiciones sino también para clientes y cabañas particulares. Hace tres décadas que, de manera ininterrumpida, por ejemplo asiste a la Exposición Rural de Palermo de la SRA.

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Su relación con el sector viene desde que era pequeño porque su familia tenía una cabaña de Caballos Criollos en Chascomús y Tristán Suárez. De tanto en tanto traían uno que otro equino a la Exposición de Palermo. A partir de ahí fue conociendo a mucha gente de campo. Y, en una búsqueda para encontrar un rumbo laboral, a los 20 decidió poner con unos amigos una agropecuaria, donde vendía postes, alambres, varillas y fardos.

Fueron siete años que desarrolló la actividad, incluso abrió una sucursal en Ayacucho, ciudad del centro bonaerense hacia donde se afincó. Pero las desavenencias macroeconómicas de la Argentina hizo que la cosa no prosperara como pensaba y todo fue marcha atrás. Tuvo que ver en todo ese abanico de productos que comercializaba cuál era el que tenía más futuro.

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“Me enfoqué en vender fardos y avena. Y, por mi relación de antes con los Caballos Criollos, en donde hice amigos, empecé a proveer a la exposición de esa asociación, luego seguí con Fomento Equino y así fui sumando otras. A la vez iba haciendo una cartera de clientes particulares. En un principio compraba el pasto pero luego comencé a sembrar mi propia alfalfa y pasturas en campos que alquilaba a amigos”, cuenta a LA NACION.

Al no tener un lugar donde acopiar, en un primer momento, el emprendedor dejaba todos los fardos en los campos. Pero al tiempo y con viento a favor pudo hacerse de un capital y comprar una hectárea en Oliveras, un pueblito bonaerense entre Mercedes y Luján. Allí construyó unos galpones para empezar a acopiar. Eso le permitió manejar mejor la logística de las exposiciones de las razas. Pero el momento bisagra fue un año cuando, después de tanto insistirle a Raúl “el Turco” Etchebehere para entrar a brindar su servicio, le dieron la muestra más emblemática para el campo: Palermo.

“En la vida uno tiene que ser agradecido con la gente que le da una oportunidad y yo soy así, siempre que puedo doy gracias a quienes me dieron la posibilidad y la confianza para entrar a hacer la ganadera en La Rural”, detalla.

Tras ese primer desafío, los directivos de la entidad ruralista quedaron muy contentos por el trabajo realizado y renovaron al año siguiente. De ese momento pasaron 30 años. “Amo a la gente del campo y sabía que no podía fallar. Así empecé y con los años me fui ganando la confianza de todos. Un día llegué y me quedé”, describe.

Pero el deseo de Silveira era colgarse una cucarda más, una de las más prestigiosas: ser proveedor de las exposiciones de la raza Angus y hacia allí dirigió su energía.

“Me llevó mucho tiempo conseguirlo hasta que llegó la exposición del Centenario y me convocaron. Les dije que me sentía capacitado para hacer que una fecha tan importante para la raza salga todo perfecto. Hoy llevo mi tercera muestra con Angus sigo atendiéndolos; posiblemente diga presente en la exposición de Primavera en Cañuelas”, dice.

Según relata, año a año renueva de palabra sus contratos con los clientes. “Siempre, cuando termino todas las exposiciones voy y les pregunto a cada uno de los cabañeros si el servicio les funcionó. Mi trabajo no es tanto con los dueños de las cabañas sino con el cabañero”, indica.

Cuando trata de describir el tiempo transcurrido en las filas de Palermo se emociona hasta las lágrimas: “Son muchos años. Yo llego muy temprano acá y me voy a las 10 de la noche. Pasan las exposiciones y yo sigo dejando la vida en cada nueva que comienza pero dejo la vida bien y con gusto porque amo profundamente lo que hago. Para mí es un placer venir todos los años y encontrarme con la gente que conozco de hace mucho tiempo”.

Previo a que se de inicio a cada exposición, desde mucho antes Silvera llega con miles de packs de viruta y cientos de fardos de alfalfa, sumando a la avena, cuando hay caballos. “Con un grupo de chicos que me acompañan tratamos de atenderlos todo el día, dándoles lo mejor dentro de lo que uno puede. Siempre puede haber algún reclamo porque uno no es infalible”, relata.

Fuera de los clientes particulares como la gente del polo, por año provee a las exposiciones alrededor de 40.000 paquetes de viruta, unos 4000 fardos de alfalfa y algo de avena. Además vende 10.000 fardos de paja: “Es un número importante que requiere mucho esfuerzo no solo de inversión, sino de no traicionar la calidad de las cosas que uno produce”.

Padre orgulloso de la familia que formó porque entiende que es el mayor capital que puede tener una persona, señala que los logros profesionales alcanzados lo terminaron de completar: “Estoy muy orgulloso de lo que conseguí estando solo. Siempre trabajé para mejorar mi servicio y el reconocimiento de la gente está porque me siguen dando trabajo”.

Cuando piensa en cuánto hilo le queda en ese carretel laboral, con mucha convicción dice: “En la medida de que el físico me de y me permita seguir, yo no aflojo. Porque esto me alimenta el espíritu”.

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