El peronismo tiene un enorme talento para blindar a personajes oscuros y, a la vez, señalar que la oscuridad habita en los otros. Es parte de su exitosa narrativa. Como afirma en Juicio al peronismo el exembajador Diego Guelar, que pasó por varias encarnaciones del PJ: “Me fui porque lo único que había quedado era la asociación ilícita”. El caso más paradigmático fue el de Carlos Menem, que tuvo que anclarse en una banca del Senado hasta los 90 años, ante la posibilidad de afrontar nuevamente una prisión domiciliaria.

Esta semana le tocó blindaje justicialista al jefe del peronismo matancero, Fernando Espinoza, acostumbrado, al parecer, a disponer de las personas como si fueran sus esclavos. Y también, cómo no, de los cuerpos de las mujeres, como ha sucedido a lo largo de las últimas cuatro décadas en varios feudos peronistas. Una de las formas que asumió el amago de blindaje fue una foto de esta semana del propio gobernador Axel Kicillof, tan sensible a los temas de género, junto con Espinoza inmediatamente después del procesamiento. Una de las características del populismo es que, más allá de las reglas, están los amigos. Ante todo, defender a los miembros de la propia tribu, aunque sus delitos sean aberrantes.

Aspirante a heredero de la corona peronista, en lucha con su hermano político Máximo –hijo biológico de la reina Cristina–, Kicillof parece mareado en la era Milei. Un día se abraza con Nacho Torres, que hace apenas unos meses era integrante de la derecha cipaya; al otro, con Maximiliano Pullaro y esta semana con un intendente procesado. Busca el apoyo de los intendentes del PJ. Las cosas que uno hace por necesidad. El procesamiento de Espinoza refleja el modus operandi de los señores feudales. No se trata de un caso aislado. Es parte de la cultura de sometimiento de esas formaciones predemocráticas que son los feudos, cuyo motor radica en las extorsiones y el clientelismo. La sexualidad y su control siempre están presentes donde se juega el poder, mucho más entre los autócratas.

El caso de María Soledad en Catamarca, el doble crimen de La Dársena en Santiago del Estero y el más reciente de Cecilia Strzyzowski tuvieron algunos componentes similares al caso por el cual fue procesado Espinoza, aunque en una escala aumentada. La matriz, sin embargo, es la misma. Se trata de mujeres humildes o de una posición inferior a los que controlan los resortes del poder en su territorio, devenidos hostigadores, abusadores o asesinos.

En los últimos tres casos se trató de femicidios con traducción política. En una palabra, aquellos delitos lograron tumbar a los clanes gobernantes del momento.

Con un peronismo en crisis y a la intemperie, ¿tendrá alguna traducción política el procesamiento del amo de La Matanza en la causa que lo investiga, desde hace tres años, por abuso sexual y, a la vez, por haber violado la restricción judicial de acercarse a quien sería su víctima, su exsecretaria privada?

El caso Espinoza atravesó este martes una sesión caliente de la Cámara de Diputados, en la que Silvia Lospennato condenó el feminismo fake de las sororas kirchneristas, aunque no lo llamó así.

Más políticamente correcto, lo consideró un silencio inadmisible y pidió que, al menos, la Legislatura bonaerense, le exigiera una licencia a Espinoza ante el escándalo. Sería lo normal en un país normal. Fue entonces cuando Cecilia Moreau, feminista ella, en lugar de asociarse al reclamo de Lospennato, sacó a relucir el caso de Manuel Mosca, exdirigente de Pro procesado por abuso sexual. Como en una tragicomedia en vivo, las redes comentaban la pelea en el barro entre ambas mujeres. Un famoso tuitero @Bobmacoy, cuyo nick es Doctor House, deducía: “Silvia Lospennato y Cecilia Moreau se están tirando degenerados por la cabeza”. Guerra de guerrillas en X.

La sexualidad y su control, siempre atravesados por la política. Esta semana también les tocó el turno a los libertarios. O, más bien, a las contradicciones libertarias. El secretario de Culto, Francisco Sánchez, otro oscuro personaje de la política, arremetió en Madrid contra derechos liberales consagrados –algunos, desde hace décadas– en las democracias más consolidadas del mundo desarrollado: las que el propio Milei suele poner como ejemplo.

Por increíble que parezca, el funcionario “libertario” propuso, palabras más, palabras menos, volver al oscurantismo de 1492. En un discurso opaco y anacrónico, arremetió contra el divorcio, la interrupción voluntaria del embarazo y el matrimonio gay. ¿Habrá alguna libertad mayor para un ser humano que las decisiones sobre la propia vida? En la Argentina, algunos que se autoperciben liberales son, en el fondo, rotundos conservadores. Más que Alberdi, Torquemada.

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