Desde hace ya dos años hemos insistido en el rol fundamental que iba a protagonizar China en la revolución de la electromovilidad: no había que ser muy lúcido para entender las señales que venían desde Oriente desde hace por lo menos 10 años. Sin embargo, la tan mentada llegada de modelos chinos a protagonizar mercados en países desarrollados se demoraba quizá más de lo estimado.

El pedido de los empresarios, y sobre todo el anuncio concreto de medidas arancelarias muy fuertes, nos hablan mucho más de la madurez de la industria, que del síntoma de guerra comercial en sí.

Mientras Estados Unidos aumenta el arancel del 25% al 100% y la Unión Europea considera la imposición de éstos en un rango del 15 al 50%, ha llegado un el momento de analizar el fenómeno con algunas preguntas:

1) ¿Por qué ahora?

Estrictamente, la globalización de los productos chinos viene ocurriendo hace ya hace algunos años, pero con distintos niveles de camuflaje. Desde que los orientales tejieron alianzas con los grandes fabricantes europeos o estadounidenses, ya venimos incorporando productos que fueron diseñados para ese mercado, fabricados allí o disimulados en marcas tradicionales como Volvo, propiedad de Geely.

También la primera avanzada en regiones como Europa llegó de la mano de marcas familiares pero que no guardan conexión alguna con su identidad original, como el caso de Morris Garage, MG.

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Sin embargo, lo que estamos viviendo en este momento es la expansión comercial de marcas de mucho éxito en el enorme mercado doméstico chino que, tanto por el crecimiento de su producción y la necesidad de colocarla como por haber alcanzado estándares muy altos de fabricación, se aventuran a la conquista de nuevos mercados.

2) ¿Cómo?

La punta de lanza de esta ofensiva será, sin dudas, la variable que más ha jugado en contra de la electrificación: el precio.

Ahora, hablar de precio no significa necesariamente que tendremos una invasión de productos de mala calidad, sino de productos baratos, entendiendo caro o barato como dimensiones de valor, y no de precio.

Tratemos de resolver esta confusión: China hoy puede fabricar productos de gran lujo con precios que pueden ser la mitad o menos que sus equivalentes occidentales. Esta relación costo/producto configura productos que no necesariamente serán accesibles, no todos pueden comprarlos, pero definitivamente serán más económicos que cualquier competidor equivalente.

Es por eso por lo que los incumbentes están sumamente preocupados de cara a esta invasión, de manera similar a la que el pánico con la avanzada japonesa en los ‘70 y ‘80 generó reacciones similares.

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La novedad es que las redes permiten un descubrimiento inmediato del público general de esta oferta alternativa, por lo que la presión del consumidor puede expresarse de manera más potente.

3) ¿De brazos cruzados?

Y del lado de China, las respuestas tampoco se harán esperar. La primera formula a intentar es similar a la de sus vecinos hace medio siglo: desplegar fábricas en los países de destino.

Chery en España, BYD en Hungría, MG en Francia y otras empresas como SAIC y Great Wall ya están buscando sitios de radicación en el viejo continente, mientras que México y sus acuerdos de libre comercio con el bloque norteamericano se constituyen en la plataforma de lanzamiento de este lado del atlántico.

Esto, a su vez, lleva a que los bloqueos comerciales no impacten sólo en las unidades terminadas sino en los componentes para su fabricación, especialmente, baterías.

Pero el poderoso gobierno chino, su mercado enorme, y la necesidad de mantener la maquinaria en funcionamiento a la espera de que el vínculo se normalice, y que en última instancia se reconozca a China como fábrica de la industria (como ya sucede con la electrónica, por ejemplo) también los llevará a buscar nuevas alternativas y destinos.

4) ¿Y Latinoamérica?

Y es allí cuando aparece nuestra región, y también otros mercados emergentes alrededor del globo como una alternativa que antes no resultaba viable para la llegada en masa de estos productos.

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Sea por la imparable disminución de costos, la posibilidad de diversificar los catálogos para adaptarse a necesidades regionales, o incluso por un flujo de usados que en cualquier momento puede empezar a crecer, cada vez más vemos -y veremos- presencia de modelos chinos, especialmente electrificados en nuestros países.

¿Y por qué se hace hincapié en los electrificados? Porque a diferencia de las dudas que existen respecto de Europa y Estados Unidos, todos los avances importantes del gigante serán por el lado de los electrificados, el lugar donde han desarrollado tecnologías genuinamente propias y tienen diferencial en capacidad de materias primas y producción.

Porque, además, el flujo de intercambio entre China y Latinoamérica tiende a crecer de manera bidireccional, y por lo tanto los motivos para resistirlos pueden ser menores, porque los niveles de integración son ciertamente más básicos que en las grandes potencias, y porque también existen posibilidades serias de radicación regional, sobre todo en Brasil.

¿Podemos hacer algo más que observar? Claramente el rol de los gobiernos será central. Las automotrices ya reclaman localmente los mismos aranceles que en los otros países, aunque existen limitaciones como el arancel externo común (AEC) del Mercosur, o simplemente la posibilidad de represalias comerciales con mucho más daño que en otras regiones.

Lo que no podemos dejar de hacer es vigilar que la naturaleza de los productos que ingresen sea realmente beneficiosa: que se trate de vehículos adaptados a la coyuntura regional, que exista un soporte de largo plazo en atención y repuestos (mucho más complicada cuando hablamos de baterías), que se cumplan todas las normativas de seguridad aplicables, y que no se impongan formatos no estandarizados de carga o conectividad.

Son muchas consignas para una agenda que probablemente se termine armando a las apuradas. Las reacciones globales empujan cambios rápidos, y no siempre tenemos la cintura necesaria para evitar repetir errores del pasado, mientras el futuro toca a la puerta.

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