“Salimos con la idea de viajar un año. Ése era el plan. Ir hasta Alaska y regresar para volver al mundo que conocíamos. Pero bueno, acá estamos. Pasaron 21 años y seguimos viajando”, cuenta Patricia Fehr, argentina, de 49 años, oriunda de la ciudad bonaerense de San Nicolás. Lo que ella narra tiene que ver con la aventura que emprendió junto a su marido, Germán De Córdova, de 57 años, también ciudadano de San Nicolás, el día 10 de marzo de 2003. Entonces, ambos tenían el objetivo de subirse a una camioneta y unir, en 12 meses, la Argentina con el norte de Alaska. Pero la travesía se prolongó y todavía continúa.
Tanto, que hoy Patricia habla vía Zoom con LA NACION desde su “casa nómada” (el autobús escolar en el que viajan y viven), ubicada cerca de Amealco, un pueblo del estado mexicano de Querétaro. Además, en el trayecto, la familia se agrandó. En noviembre de 2008 nació Inti, que desde entonces se sumó al enriquecedor periplo americano que realizan sus papás.
Esta experiencia familiar que recorre rutas y pueblos del continente para conocer gente y culturas fue bautizada por sus protagonistas como Amunches, que significa “viajeros” en lengua mapuche. Y las contingencias del viaje pueden seguirse en las redes sociales, como la cuenta de Instagram @amunches, donde hay detallados registros audiovisuales de cada etapa del recorrido.
Amunches, un viaje de aprendizaje
“Saber qué hay más allá”
—Patricia, ¿cómo era su vida antes de convertirse en Amunches?
—Cuando empezamos el viaje, Germán y yo ya nos habíamos casado, pero nos conocemos desde 1991. Nos conocimos en el club de Regatas, en San Nicolás. Yo tenía casi 17 y él casi 25. Fue pasando el tiempo y, finalmente, nos pusimos de novios. Él empezó a trabajar en un banco, yo era maestra en barrios supercarenciados. Cuando fue madurando la relación nos dimos cuenta de que los dos queríamos saber qué había más allá de San Nicolás. Pasado un tiempo dijimos “hay que hacer un viaje”.
—¿Y ahí se largaron?
—No, pensamos que para hacer un viaje necesitábamos mucho dinero. Nos pusimos a trabajar y a ahorrar. Así se nos pasaron 10 años. Cuando estábamos muy cerquita de hacerlo, era el año 2001 y nos agarró el corralito, con todos los ahorros. Eso significó la pérdida del sueño y de dinero, obvio. Pero también entendimos que estábamos esperando el momento perfecto para salir y en realidad ese momento no existe. Nos demoramos un poco más, pudimos recuperar algo del dinero y salimos con esos ahorros, que eran como un 30 por ciento de lo que habíamos juntado. Nada.
—El plan original era hacer el camino hasta Alaska y regresar en un año, pero viajaron durante dos décadas. ¿Cuándo se dieron cuenta que el viaje iba a extenderse más de lo planeado?
—A los seis meses. Cuando pasó ese tiempo estábamos recién en Ecuador y eso fue como un punto geográfico interesante porque estábamos en la mitad del mundo, teóricamente la mitad del viaje. En ese lugar tan estratégico nos dimos cuenta que ni el tiempo ni el dinero iba a alcanzar para viajar como estábamos descubriendo que era el viaje.
—¿Y cómo era el viaje que descubrían?
—Cuando salimos trazamos un mapa aproximado de los lugares a visitar que son los más mencionados, como Cuzco, por ejemplo. Pero de repente nos encontrábamos en un pueblo que ni siquiera tiene nombre o no figuraba en el mapa, pero allí descubríamos historias de vida fascinantes y nos quedábamos 20 días, solo escuchando. En esos lugares la gente te abre las puertas de su casa y entrás en un mundo en que te sentís cercano a sus realidades. Nos enriquecíamos con eso, con sus formas distintas de mirar la vida. Así fue pasando el tiempo y llegamos de la Argentina a Alaska en cinco años y medio. Y yo, con un embarazo de siete meses y medio.
—¿En esa primera etapa del viaje ya tenían la que llaman ‘la casa nómada’, el autobús escolar?
—No. Nosotros salimos con una camioneta Land Rover Defender. Fue nuestra primera casa, porque en el proceso que empezamos con Germán para viajar nunca invertimos en una vivienda, ahorramos para la camioneta y con ella llegamos a Alaska.
—¿Dormían allí además de trasladarse?
—Sí. En realidad, la camioneta no estaba ‘camperizada’, esta palabra que se usa ahora, por la agarramos, le sacamos los asientos de la parte de atrás para que haya más lugar, hicimos una caja de madera para la ropa, otra para la comida… pusimos 12 paquetes de yerba porque hicimos cálculos ridículos para los 12 meses. Y lo mismo con los fideos, latas de atún y con los rollos fotográficos, pensando cuántas fotos íbamos a sacar por día. Pusimos atrás las bicicletas y lo único pro que teníamos era una carpa que iba arriba del techo de la camioneta, que se abría. Con una escalerita guardada en la carpa subíamos y dormíamos ahí. Teníamos un bidón de agua de 15 litros, de esos que tienen una canillita. El baño era la naturaleza o casas de familia. Fuimos a muchos campings, estuvimos cinco años y medio de campamento. En ese trayecto, en Colombia, se incorpora Colo, que fue nuestra primera perra, con la que llegamos a Alaska, donde arribamos básicamente como en familia.
Una experiencia de Amunches en Sinaloa, México
El nacimiento de Inti
—¿Volvieron a Buenos Aires para tener a Inti?
—No. En esto de buscar un lugar para que nazca Inti (en quechua, el nombre significa “sol”) había algunas opciones. Decidimos ir a España, donde teníamos unos amigos de toda la vida que nos recibieron en su hogar, nos ofrecieron su casa en Marbella, Andalucía, para que vivamos ese momento.
—Eso fue en 2008, ¿después como siguió el viaje?
—Volvimos a Dallas, que era el último punto en el que habíamos estado en América. Porque después de llegar a Alaska bajamos, atravesamos Canadá, Estados Unidos, fuimos a España, tuvimos a Inti y regresamos. Y en un pueblito cerca de Houston vendimos la camioneta y compramos el autobús en el que viajamos ahora.
—¿Por qué un autobús escolar?
—Primero, necesitábamos un espacio más grande y confortable que la camioneta. Elegimos el autobús escolar porque el viaje está focalizado en visitar escuelas y dijimos: “Imaginate llegar a una escuela a dar charlas en un autobús escolar”, porque ese vehículo encerraba el espíritu y la energía que nosotros veníamos desarrollando.
—¿Las charlas que dan en las escuelas son sobre los aprendizajes del viaje?
—Desde el principio el viaje estuvo planteado como de aprendizaje. Nunca nos planteamos un viaje para estar de vacaciones 12 meses. No era el plan. No lo es tampoco ahora. Al comienzo podíamos contar que habíamos salido a viajar, nada más. Poco a poco empezamos a tener experiencias, a conocer gente, a documentar a través de fotografías los lugares que íbamos conociendo y empezamos con ese intercambio de llegar a una escuelita y contarles cómo vivían los niños de otros lugares, o simplemente, nosotros aprender de esa experiencia.
“Pude despojarme de los prejuicios”
—¿Cómo se sostienen económicamente en esta travesía?
—Cuando llegamos a Ecuador, como la vuelta era inminente y ninguno de los dos quería volver dijimos: “¿Cómo seguimos adelante? ¿Cómo autofinanciamos este proyecto?”. Hicimos una lista de cosas que íbamos a necesitar durante el viaje, combustible, neumáticos, ropa. Contactamos a las empresas que fabricaban esos productos y empezamos a conseguir. Y después, como las empresas están formados por personas, ellos se interesaron en nuestra historia. Entonces nos propusieron que les diéramos charlas a los grupos humanos de sus empresas sobre eso. Ahí nace todo esto que hoy en día es uno de los fuertes para conseguir nuestros recursos, las charlas en colegios, universidades, empresas. También vamos a escuelas muy pobres de manera gratuita donde devolvemos lo que vamos aprendiendo y nosotros también aprendemos.
—Y también están las fotos.
—Sí. Yo tenía como la chispita de la fotografía pero no teníamos idea de ese arte. El viaje fue despertando esa inquietud y fui aprendiendo y hoy se transformó también en una de las formas en la que generamos ingresos. Vivimos de las fotografías. Tenemos libros de fotos, vendemos y también algunas marcas nos pagan por esas fotografías y por contenido que tenemos que crear para ellos.
—¿Qué cosas aprendiste en este viaje que te hayan cambiado la manera de ver el mundo?
—Una de las cosas de las que pude despojarme es de los prejuicios. Uno está lleno de prejuicios. Te voy a contar una experiencia. En Colombia, nos recomendaron ir a visitar la Ciudad Perdida, un lugar arqueológico en Sierra Nevada, la montaña más alta del mundo junto al mar, cerca de Santa Marta. El viaje es de 3 a 5 días, todo a pie, con un burro que lleva las provisiones y un grupo que nos guía. En el camino atravesamos algunas comunidades como los Kogis, con pueblitos preciosos, casitas construidas redondas, con hojas de palma. Yo decía: “Estaría buenísimo quedarse acá”, pero nadie me daba importancia. Finalmente llegamos a Ciudad Perdida, un lugar impresionante, Patrimonio de la Humanidad, y a la vuelta yo pregunto: “¿Qué pasa si me quedo en uno de estos pueblitos?”. Primero me dicen que no se puede, pero después piden autorización, me asignan una familia y me quedo con ellos.
—¿Y cómo fue?
—Todo me pareció maravilloso, perfecto, cómo se organizaban, la crianza de los niños, cómo compartían las cosas, el respeto al conocimiento de los abuelos. Allí cada familia tiene dos casas, una para la mujer y otra para el varón. Comimos todos juntos y al terminar el hombre se retira con un machete y vuelve con una hoja y me dice que cayó el sol, que es hora de dormir. Veo que la señora se acostaba en el piso y yo también hice lo mismo. Al otro día, intrigada por ver qué había en la casa de Fermín, el hombre de la familia, me asomo y veo que tiene una hamaca colgada. Había una en casa de todos los hombres. Ahí se me mueve la estantería y lo primero que pienso es en el machismo ¡La mujer duerme en el piso y el hombre en una hamaca! Pasaron los días y cuando bajé de la montaña le comenté esto a uno de los guías, que conoce mucho de la cultura de la zona, y me dijo: “Mirá, los pueblos originarios en el mundo ven a la tierra como un lugar sagrado. Para los kogis, esa montaña de la que venís es un lugar sagrado, donde ellos piensan que se inició el mundo y es fuente de vida. Todo sale de la tierra. Y además de la tierra, para ellos las mujeres son sagradas, porque son fuente de vida también. Por lo tanto es la única que tiene el privilegio de dormir en la tierra”.
—Nada que ver con el machismo, entonces
—Nada. La anécdota tiene que ver con cómo vivimos cuestionando a los otros desde nuestra propia mirada y cultura. Esta experiencia me hizo ver de una manera maravillosa la cantidad de veces que nos equivocamos cuando opinamos de los otros, que siempre lo hacemos.
La vida cotidiana de los viajeros
—¿Cómo es su vida cotidiana? ¿Se puede hablar de una rutina?
—Es muy difícil mantener una rutina, aunque sí tratamos de establecer algunos parámetros. Por ejemplo, en las mañanas, que es lo más fácil de controlar, cuando te despertás, el desayuno, Inti está con sus actividades de la escuela, con las clases que tenga que resolver. Ahí nosotros también nos organizamos, vemos los correos electrónicos, qué tenemos que hacer durante el día, o si tenemos que generar cierto contenido. Mañana, por ejemplo, hay una fiesta en el pueblo, que es para darle la bienvenida al agua, porque empieza la temporada de lluvias. Pero planificar la rutina se hace un poco complicado porque siempre surgen imprevistos.
—Cuando toman la ruta, ¿quién maneja?
—Si bien yo sé manejar, la mayoría de las veces lo hace Ger. No hacemos tramos demasiado largos. Yo me encargo de la navegación, de cebar mates. Muchas veces tengo que bajar para guiarlo a él porque el bus es muy largo. Mide unos 12 metros.
El colectivo escolar de los Amunches, con su clásico color naranja, tiene todas las comodidades para pasar la vida allí. Cuenta con una cocina, heladera, un sistema de baño seco y también celdas solares que alimentan los generadores con los que se pueden mantener cargados los celulares, las cámaras y las computadoras de la familia. En el frente, el vehículo tiene una plataforma para llevar las bicicletas, imprescindibles para los paseos familiares. La postal del hogar rodante se completa con un miembro aún no mencionado de los viajeros: Aurora, la perra nacida en México que comparte las andanzas de Patricia, Germán e Inti desde el año 2019.
Los cuestionamientos en las redes
—¿Cómo hace Inti con su educación? Ella está en edad de escuela secundario.
—Sí. Ella está haciendo el Sistema de Educación a Distancia (SEAD) de la Nación, está en tercer año. Es una plataforma en la que baja información desglosada en PDF y cuatro veces en el año tiene evaluaciones. Ese es el de Argentina, con las evaluaciones en la plataforma. Te dan un tiempo y si expira “¡Plum!”.
—¿Está pensado para chicos que viajan?
—Es para niños argentinos que viven fuera del país. Para chicos que, por ejemplo, viven en España y van a la escuela allá. Pero si en algún momento regresan al país, se pueden reintegrar sin problemas. Pero Inti, a la vez, está haciendo el homeschooling en Estados Unidos.
—¿Inti aprendió inglés con ustedes?
—Cuando estuvimos en Estados Unidos, mientras construimos el autobús, ella era muy chiquita y aprendió a hablar en español y en inglés casi al mismo tiempo por la gente que nos rodeaba. Después lo fuimos manteniendo. Ella tiene amigas que se hizo allá y ve documentales y películas en inglés que la han ayudado mucho.
Amunches, un viaje de aprendizaje
—Vos decís, en alguno de tus videos, que en redes sociales cuestionan la manera en que se educa Inti. ¿Cómo lo tomás?
—No me molesta, porque yo sé cómo es la realidad. Hay un par de posteos donde muchas personas criticaban esto de que ella no tiene amigos, que la llevamos a una forma de vida egoísta… pero la gente desconoce esto que va pasando en el día a día y esta capacidad de establecer relaciones con otros que son distintos. Tal vez un chico que va a la escuela o que va a un club piensa que el mundo solo es eso. Te lo digo por mi propia experiencia. Y no hay nada más cerrado que pensar que el mundo es solo eso. Así como el que el que manda a su hijo a una escuela pública o privada tiene derecho a elegir, nosotros también tuvimos el derecho de elegir lo que queremos para nuestra hija. Desde ya que lo perfecto no existe. Lo bueno es que siempre tenemos la posibilidad de cambiar lo que no está bien, una oportunidad de volver a empezar.
“Va a ser un nuevo viaje, distinto”
—¿Extrañan a la familia que quedó en la Argentina?
—Ese es un tema pesado, podríamos decir que eso es lo más difícil del viaje. El hecho de no poder acompañarnos en momentos de felicidad o en los momentos difíciles… Se puede estar cerca con la tecnología, pero no es lo mismo que el acercamiento físico, real. Pero también creo que la vida se trata de elecciones y a veces uno vive pegado a cosas o personas solo por miedo, por la misma rutina. Cuando uno logra despegarse y aceptar cosas nuevas aparecen nuevos amigos, nuevas familias, nuevas personas. Esto no quiere decir que uno tenga que estar pegado tampoco a esas nuevas personas. Creo que también una palabra, un día con ellos o un abrazo te puede cambiar la vida y durar para siempre.
—¿Cuáles son sus planes?
—Nos quedan todavía algunos estados de México que queremos conocer. Guajaca, la península de Yucatán, en el sur de México. Haremos Centro América nuevamente en diciembre cuando afloje el calor. Hay que tener en cuenta el clima porque no tenemos aire en el autobús. Y después de ese viaje estaríamos muy cerquita de ver donde nos quedamos.
—¿Se establecerían?
—Estamos tomando esa decisión porque creemos que es momento de que Inti tenga sus propias elecciones, que tenga relaciones con otros más estables y nosotros queremos estar para acompañarla en eso, queremos estar cerca de ese mundo que ella elija para acompañarla. La idea de ella es estudiar, hacer una carrera en Estados Unidos o México, no lo tiene decidido todavía.
—¿Ustedes podrían vivir en la Argentina otra vez?
—Nunca digas de esta agua no has de beber. No tenemos definido los lugares. Este último tiempo va a ser para que podamos descubrirlo y para sentir dónde va a ser este lugar para comentar esta nueva etapa, que va a ser un nuevo viaje. Distinto.