PARÍS (Enviado especial).- Es muy probable que José “Maligno” Torres no sepa quiénes fueron Arturo Kenny, Juan Nelson, Enrique Padilla, Juan Miles y Guillermo Taylor. Sin embargo, el atleta cordobés tiene un punto de encuentro glorioso con esos apellidos que seguramente jamás sintió nombrar: aquellos, integrantes de la selección de polo en París 1924; él, en la prueba de ciclismo BMX Freestyle en París 2024, son los extremos de la historia dorada olímpica para la Argentina. Hace cien años, la primera medalla. Hace horas, en la sede montada en la Place de la Concorde, la 22ª, con una tarea consagratoria, creando y volando más alto y mejor que sus rivales, nacidos en países que son potencia, con más infraestructura y recursos económicos.
El día después de alcanzar un puntaje extraordinario (94.82) que lo arrojó hacia la cima de los riders olímpicos, todavía parece no caer. Durmió, apenas, una hora y media. Cuando llegó a la Villa Olímpica después de ganar la medalla dorada y ser recibido afectuosamente por otros atletas argentinos, cumplió con distintos compromisos y se fue a cenar a un restaurante junto con su técnico, Maximiliano Benadía. “La noche fue muy larga (sonríe). Tuvimos que hacer varias cosas, nos llevaron a un restaurante, comimos una costeleta muy buena, con un puré con salsa que estaba increíble”, le cuenta el Maligno a LA NACION. Y continúa el relato: “Después volvimos a las tres y pico de la mañana a la Villa Olímpica y le dije a mi técnico: ‘Vamos al gimnasio porque no tengo sueño, necesito gastar la energía en algo’. Necesitaba descargar. No sé qué es lo que está sucediendo. Volvimos recién a la habitación a las seis y media de la mañana, nos acostamos, dormimos una hora y media y nos levantamos”.
Sentado bajo la sombra de los árboles, en la zona internacional de la Villa Olímpica, junto al río Sena, al Maligno lo impulsa la adrenalina. Dice que es recio para mostrar los sentimientos, aunque por momentos se afloja. “Cuando nos dimos cuenta de que habíamos ganado el oro empezaron a tirarme las cubetas de hielo con agua, sentí puñetes por todos lados, voló mi arito para cualquier lado (sonríe). Fue una emoción muy, muy grande por haber sentido que todo el trabajo hecho desde hace años se acababa de plasmar. Como atleta siento que me he lesionado demasiado, lo vengo padeciendo en competencia tras competencia y sentía que algo bueno tenía que suceder, que algo tenía que tirar para mi lado. Y llegó esta medalla olímpica… Ahora estoy feliz, pero sin comprender bien qué es lo que logré. Hablábamos con Maxi, mi técnico, que no queríamos irnos a descansar porque sentíamos que al otro día nos íbamos a levantar y me iban a decir: ‘Pibe, dale: hay que ir a competir’. Sentía que todo lo que pasaba, en verdad, iba a ser un final ficticio”, celebra, sin dejar de sostener la medalla dorada de 529 gramos, que fulgura aún más cuando le da al sol.
“No puedo agarrar el celular porque está todo el tiempo sonando. ¡Todo el tiempo! En un momento pasé el número de Maxi para que lo empezaran a llamar a él y tampoco deja de sonar”, se ilumina Torres, que nació hace 29 años en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, donde sus padres argentinos trabajaban. Sin embargo, desde los diez se formó en el barrio Urca, en Córdoba.
-La repercusión por el oro fue de alto impacto. Hasta Lionel Messi realizó un posteo celebrándolo.
-Sííí, no lo puedo creer. Vi la historia que subió un poco más tarde, como unas tres horas después y todavía estoy pensando qué responderle, porque no quiero decirle algo como uno más. Quiero decirle algo simple y corto, pero… se me erizó la piel. No puedo creer que se haya tomado un tiempo para ver lo que hice o escribirme. Lo mismo con Julián Álvarez, con Paulo Dybala… es increíble. Yo soy futbolero, como todo argentino. ¿De quién soy hincha? Mi papá es de Belgrano y lo acompañaba; el fútbol siempre me encantó, no había otra posibilidad. Pero desde que me dedico a la bicicleta empecé a ver siempre a la selección, más que nada. No me pierdo ningún partido.
El fútbol, indirectamente, tiene que ver con el lugar que hoy ocupa Torres. A los catorce años, en el Parque de las Naciones de Córdoba, fue con su hermano mellizo (Francisco) a patear la pelota a una plaza porque los clubes de fútbol estaban de vacaciones y a lo lejos vieron a chicos saltando en bicicleta y en skate, uno hizo una prueba girando de cabeza, les generó intriga y así empezaron. “Fue así. Era época de vacaciones. Lo vimos en la plaza y nos encantó. Si no lo hubiéramos visto no sé dónde estaría ahora, haciendo qué”, manifiesta.
-”El oro no me va a cambiar. Seguiré siendo el mismo”, afirmaste al ganar la medalla. ¿Cómo vas a manejar la mayor exposición? Como atleta, ¿tenés ayuda psicológica o emocional de algún tipo?
-Cuando el año pasado gané los X Games [famosa competencia estadounidense de gran exposición mediática y patrocinada] fue algo glorioso, porque era la primera vez para nuestro país y hubo una gran repercusión, pero esto es diferente. No hay nada más grande, no sigue nada más arriba que esto, pero me lo estoy tratando de tomar tranquilo. Lo único que me puede alterar un poco son los medios (sonríe), porque yo quiero estar con todos, pero no me alcanza el tiempo. Con la gente no tengo problemas de estar ahí con todos, charlando, divirtiéndome, para que se den cuenta de que soy uno más.
-Antes de viajar a París dijiste en LA NACION que querías recorrer los colegios con la bicicleta para “hacer shows” y difundir el deporte. Ahora, la bicicleteada tendrá que ser de alcance nacional…
(Sonríe)-Me interesaría hacer un show de veinte minutos en las escuelas para que los chicos salgan un poquito del deporte convencional. Ahora que sucedió esto me gustaría hacer una bicicleteada masiva, sí; quisiera saber si la gente se coparía para seguirme y dar unas vueltas con la medalla. Me gustarían que la vean y que la toquen todos, porque para mí es de ellos también.
-En frío, ¿cómo describís la jornada de la final de BMX?
-Fue difícil por el calor y los nervios. El objetivo mío siempre fue poder hacer una ronda en la que pudiera presionar a los mejores como ellos lo hicieron toda la vida conmigo, lograr que sintieran que el Maligno anduvo bien y que dejó la vara muy alta, que se sientan presionados por un atleta que no esperaban que les marcara la cancha. Y logramos eso cuando nos pusieron un puntaje de 94 y pico, casi 95. Estábamos muy, pero muy felices, porque sentimos que valoraron la vuelta. Hicimos cosas que nadie había hecho en la primera parte de la ronda. Fuimos diferentes. Cuando arranqué la pasada hubo dos saltos que son muuuy largos y nadie, nadie los hizo, que por algo fue, porque no eran fáciles. Y el jurado lo valoró. Al haberme puesto ese puntaje y conseguir que se presionaran, empezaron a fallar, no lograron las rondas que querían y no fue suficiente.
-Hay riders que se lanzan a hacer las pruebas escuchando música por los auriculares. ¿Vos?
-No, no, no. No uso auriculares para andar. Necesito sentir mis ruedas, necesito saber en qué momento estoy. Además, cuando estoy por competir no veo a los otros volar, porque eso quizás me puede hacer cambiar la estrategia de las rondas y tener que arriesgar más. Siempre me siento un poco menos que ellos. No me siento al nivel de los mejores, por más que estoy en las mismas competencias, llego a los podios. Es algo mío, no sé. Ahora puede cambiar…
-¿Cuántos días antes de la prueba en París les enviaron por mail las particularidades que tendría la pista para planificar la rutina?
-Nos mandaron el diseño de la pista dos semanas antes y, para nosotros, fue mejor porque al no tener tanto dinero como mis rivales, que son de potencias, estamos más igualados en la previa. Para Tokio 2020, por ejemplo, donde al final no pude competir, nos mandaron la pista un mes antes y allá en Europa armaron la misma pista y nunca dijeron nada. Entonces, cuando fueron a Tokio ya tenían sus rutinas y no perdían tiempo. Ahora fue genial que la mandaran un poco tarde, así ya no tenían tiempo de armarse una igual de entrenamiento.
-¿Te gustó la pista?
-Honestamente, no. Me parecía que no estaba tan buena. No coincidían bien los tamaños de las rampas, los lugares a los que uno tenía que ir para hacer los trucos fuertes no tenían velocidad… Fui de los atletas que más se cayeron durante los entrenamientos. El color, algo violeta, con el sol encandilaba mucho. En las prácticas me cansé de caerme. Al punto de decir: ‘¿Son señales para que no compita?’. En el primer día de ensayo me caí tres veces de una manera tan fuerte, que dije: ‘No puedo creer que esté todavía parado’. Me golpeé el codo, la cadera y la cabeza. En el segundo día nos pusieron a entrenar a todos juntos y me lo llevé puesto a un canadiense. Salté una rampa sin ver que se había caído y lo golpeé; tranquilamente podría haber terminado todo ahí. Por suerte no me golpeé nada raro; a él sí lo lastimé un poco, nada grave.
-El cuadro de la bicicleta, de color celeste y blanco, lo estrenaste en París, ¿pero venías usándolo en torneos con otra cosmética?
-Soy una persona a la que no le gusta usar todo nuevo. Hay algunos que tienen la bici impecable. A mí no me gusta: necesito que esté utilizada, gastada. Quizás veían los puños, estaban medio rotos y decían algo… pero es lo que a mí me queda cómodo. Lo del cuadro fue la primera vez que sentía que tenía que tener el color de la bandera. Es lo máximo un Juego Olímpico y quería tener algo que me representara bien. Me gustó.
-No bien ganaste el oro y antes de pasar por el control antidoping, llamó la atención que, rápido de reflejos, alguien del equipo te gritó un aviso: “¡No tomes ninguna bebida abierta!”. ¿Por qué?
-El que me lo decía era Juan Curuchet, otro medallista olímpico [oro en Pekín 2008, con Walter Pérez, en ciclismo Prueba Americana]. Me decía: ‘No agarres nada que no sea abierto por vos mismo’. Yo hice un doping de sangre y de orina ni bien llegué a la Villa. Después de la prueba me iban a hacer otro, entonces me dijeron que no agarrara ninguna botella rara o abierta, que me fijara que estuviera cerrada y obviamente les hice caso. No estoy acostumbrado a este tipo de detalles tan estratégicos, porque el deporte que hago es bastante libre.
-¿Te alcanza con el apoyo económico que tenés?
-Yo no pienso frenar todavía: me gustaría ir a Los Ángeles 2028. Hoy estoy viviendo de los patrocinadores privados, que son los que me dejan vivir y seguir cumpliendo un sueño. Tengo ayuda del gobierno y de algunas entidades, pero uno intenta buscar un poco más porque nuestra vida útil es muy corta en comparación con todo el sacrificio que le metemos. Quizás la gente no lo ve, no se da cuenta, pero invertimos muchos años en buscar una medalla. Y también hay muchas lesiones, como en mi caso. Y son frustraciones fuertes. Yo he llegado a quedar inconsciente por un golpe con la bici. Esa desesperación no se la deseo a nadie. Te agarra una depresión maldita que no podés controlar.
-¿Qué experiencia tuviste viviendo en la Villa Olímpica?
-Me gustó ver a los mejores deportistas del mundo. Quería ver si estaban los chicos del fútbol acá o el LeBron James, para ver en persona a esos famosos, pero no se pudo dar. Con el que la paso bien y me río mucho con Facundo Conte, después vi a algunas de las Leonas en la sala del fisioterapeuta también; muy buena onda. No estoy acostumbrado a hacer masajes, la recuperación posterior… Simplemente me duele algo y me la aguanto. Y cuando fui al fisio a pedir un suplemento, me dijeron: ‘Pasá Maligno, ¿te vas a poner las botas (que mejoran la circulación sanguínea)?’. Y yo digo: ‘Bueeeno, si quieren, sí’ (se ríe). Me aconsejaron usarlas, me las puse y estuvo increíble. Debería incorporarlas.
-¿Qué sentiste al llegar a la Villa con la medalla y ser recibido por los otros atletas?
-Cuando vi a toda la delegación esperando estaba cagado de vergüenza (lanza una carcajada). Estuve a un segundo de darme la vuelta y decir: ‘Che, me voy a buscar un chocolate’. Tenía una vergüenza impresionante. Después dije: ‘Ellos están ahí haciendo el aguante, tengo que agradecer’. Valoraron todo lo que pude hacer y la medalla es en representación de ellos también, les vaya bien o mal. Estamos dejando la vida. Fue todo una gran locura. Con mi familia casi ni hablé, por ejemplo. Recién cuando nos levantamos lo llamé a mi hermano y estaba odiado (sonríe), porque dice que lo estaban llamando de todos lados. Estuvimos charlando un poco en general, en cómo me vio en la rutina, porque él es muy sincero. Le dije cómo me había visto y me dijo que la gané tranquilo.
-¿Qué se siente al tener la medalla dorada colgándote del cuello?
-Pesa. Ya la voy a mirar un rato solo; todavía no tuve tiempo. ¿Si me van a caer unas lágrimas? Puede ser. Pero no me gusta demostrar mis sentimientos. Pero cuando se levantó la bandera argentina en la premiación, me brillaron los ojos y dije: ‘Tengo que aguantar, tengo que aguantar, tengo que…’. Y aguanté lo más que pude. Pero ya voy a llorar solo en algún momento. Todavía no lo creo.
La voz del medallista olímpico de la Argentina en París
Maligno Torres – Hztal