He perdido la cuenta de en cuántas elecciones he participado desde que Chávez llegó al poder mediante un proceso electoral democrático. Desde entonces, el chavismo construyó el espacio electoral con una lógica plebiscitaria y multiplicó las ocasiones de medir su popularidad. Con mucho éxito, como sabemos. Su sucesor, Nicolás Maduro, necesitó, desde 2013, sustituir la erosión del apoyo popular por una maquinaria de encuadramiento semi-institucional que le permitía mantener números electorales suficientes frente a las dificultades de coordinación que experimentaba la oposición cada vez que se proponía una nueva elección.

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