Rosabetty Muñoz (59 años, Chiloé) tuvo una infancia sin luz eléctrica. En la austral isla chilena de Chiloé, creció en un hogar lleno de parientes –su bisabuelo tuvo 19 hijos– que viajaban del campo a la ciudad de Ancud para vender sus cultivos en el mercado. Como el transporte era escaso, se quedaban a dormir. Por las tardes, en la penumbra, los adultos bebían chicha caliente, un fermentado de manzana, mientras relataban sus vivencias entremezcladas con la mitología que envuelve al pedazo de tierra también conocido por algunos como la isla de los brujos. La pequeña Rosabetty, presente en los encuentros, se nutría de figuras literarias, tonalidades y ritmos particulares. Cuando la casa volvía a la tranquilidad, su madre le enseñaba a recitar poemas de memoria. Esa crianza produjo que la literatura se convirtiera en la columna vertebral de la vida de la poeta, recién galardonada con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda.

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